Este año
2015
se dedica al insigne escritor
Alejandro Tapia y Rivera
Año 2014
Centenario de Julia de Burgos
Año 2013
Virgilio Dávila Cabrera
Poemas de
2015
se dedica al insigne escritor
Alejandro Tapia y Rivera
Año 2014
Centenario de Julia de Burgos
Año 2013
Virgilio Dávila Cabrera
Poemas de
Aromas del
terruño
Editado por
Dennis C. Villanueva
Notas de Cesáreo Rosa-Nieves
Aromas del terruño
es obra por donde desfilan coplas, décimas, sonetos, poemas versolibristas,
romances, etc. Es una gran muestra de variedad técnica dentro de una unidad
temática, cual es el jibarismo artístico. En un estilo original, de ágil
sencillez diáfana, el poeta va bordando
sus sueños montañeses, con diestro pincel colorista, en melodías bucólicas. Son
pues, fragancias de la tierruca de alta calidad literaria.
En torno a Aromas del terruño, dijo
Enrique Lefebre, en su libro de ensayos literarios: Paisajes mentales (1918),
lo siguiente:
“Ha hecho Virgilio Dávila con este
libro, una poderosa y variadísima obra sugerente, de honda y franca amenidad
nativa. Una obra de lo mejor que en su género ha producido nuestro parnaso,
poeta digno y emocional, secuaz inconsciente de ese dulce y quejumbrosamente
melancólico murciano, Vicente Medina, de las estrofas pungientes y
desconsoladoras.
Nada hay en él que no sea cariñosa
ofrenda, regalo de amor apasionado a la tierruca; a sus bonachonas y seculares
costumbres; a su variado colorido, su fisonomía, sus tipos, sus tardes, su sol,
sus campos florecidos y agrestes, su cielo, su naturaleza. El libro, puede
decirse, es un vívido panorama de ella. Un fragante sumario, musical, de lo que
fue enantes”.
Han influido en la poemática culta
de Virgilio Dávila: José de Diego, en el aspecto formal y Luis Lloréns Torres
en el cordaje de la jibaridad terrígena.
Hemos observado además, en sus estampas del solar boricua, reminiscencias
del Julio Herrera Reissig del Éxtasis de
la montaña (1900-1904). En la poesía campesina del poeta puertorriqueño,
hacen relieve dos modos formales: el tema jíbaro en forma culta y el motivo del
pálido en expresión jibarista. A veces se mezclan ambas tendencias.
Aromas
del terruño es tesoro de lo que no se olvida. Perfume inmortal de esa
hermosa mancha de plátano, que llevamos clavada en la profundidad de nuestra
carne ontológica. Lo que no se pierde,
lo que siempre estará presente en el espejo del alma: el íntimo amor de
esta isla verde, mucho más verde cuando se nos dibuja azul en el añorar del
recuerdo.
La tierruca
Es el móvil
Oceano
gran espejo
donde luce como
adorno sin igual
el terruño
borincano,
que es reflejo
del perdido
paraíso terrenal.
*
Son de fáciles
pendientes
sus colinas,
y en sus
valles, de riquísimo verdor,
van cantando
bellas fuentes
cristalinas
como flautas
que bendicen al Creador.
*
Primavera sus
mejores
atributos
muestra siempre
generosa en Borinquén.
En los campos
siempre hay flores,
siempre hay
frutos:
¡Es Borinquen
la mansión de todo bien!
*
Aquí nace el
puro ambiente
que respiro,
y se asienta la
morada en que nací,
y ese sol
resplandeciente
que yo admiro,
aquí nace, aquí
brilla, y muere aquí.
*
De mis padres
fue la cuna,
y ella encierra
las más santas
afecciones de mi ser.
¡Yo no cambio
por ninguna
esta tierra
donde tuve el
privilegio de nacer!
Es el móvil
Oceano
gran espejo
donde luce como
adorno sin igual
el terruño
borincano,
que es reflejo
del perdido
paraíso terrenal.
El cafetal
En
el monte riqueño, de la base a la cumbre,
las
eurítmicas copas de las guabas se ven,
y
debajo de ellas, cual soldados en filas,
los
preciosos arbustos del precioso café.
Los
arbustos florecen, y las albas corolas
a
los ojos simulan del que ve el cafetal
mariposas
enfermas, si en el suelo han caído,
estrellitas
de nieve, si en las ramas están.
Se
hacen frutos las flores, y las bayas jugosas
a
los ojos simulan del feliz labrador
esmeraldas
joyantes, las que verdes se encuentran,
y
joyantes rubíes, las que están en sazón.
En
el monte riqueño, de la base a la cumbre,
las
eurítmicas copas de las guabas se ven,
y
debajo de ellas, cual soldados en fila,
los
preciosos arbustos del precioso café.
Es
la tropa bizarra que se apresta a la lucha
para
dar a Borinquen bienestar y esplendor,
escalando
los muros de la gran fortaleza
donde
el oro domina con su brillo de sol.
El jíbaro
En la montaña, junto al río,
y bajo el techo de un bohío
que el buen labriego de mi padre tejió con yaguas del palmar,
llegué a la vida en esa hora
en que la tierra se colora,
porque recibe apasionada el primer ósculo solar.
Tuve el trabajo por escuela;
tostó mi cuerpo la candela
del astro rubio que a Borinquen le pone trajes de arrebol;
bebí del campo la alegría,
y soy alegre como el día,
como la abeja laborioso, y tan ardiente como el sol.
Surge la aurora, y de la cama,
oigo al pitirre que me llama
con sus canciones monorrítmicas desde lo alto de un cupey;
el lecho dejo con premura;
llevo mi daga a la cintura,
y con orgullo de cacique poso mi planta en el batey.
Si el caminante se extravía,
se abre una puerta, que es la mía;
para las mozas que conozco, siempre en mi labio hay una flor;
para el que ofende a mi terruño
tengo el perrillo y tengo el puño,
y mi desprecio más solemne para el servil, para el traidor.
Es mi delirio mi caballo;
en las competencias de mi gallo,
es la victoria, y no el dinero, lo que cautiva mi interés;
no hay, como yo, quien salve un risco,
ni quien domine un potro arisco,
ni quien soporte la fatiga en seguimiento de una res.
Yo bailo el seis y la cadena
como en la tierra macarena
puede bailar un zapateado el más donodo bailarín;
tengo ribetes de coplero,
y al son del tiple vocinglero,
décimas bellas da mi numen, como da flores el jardín.
Yo sé del libro de un Cervantes
que, con sus prosas elegantes,
en un hidalgo- don quijote_ a todo un pueblo retrató;
sé del hidalgo alguna hazaña;
y si ese hidalgo era de España,
poner en duda no es posible que de españoles vengo yo.
Desde la hora placentera
en que se anima la pradera,
hasta que el sol, como un borracho, va en los abismos a caer,
en los rastreros batatales,
en los hojosos platanales,
doy a la tierra donde aliento las energías de mi ser.
Si entre las hojas de esmeralda
de la riquísima guirnalda
en que el cafeto enreda al monte desde su base hasta su fin
lucen cual pálidas estrellas
las olorosas flores bellas
que son más tarde granos verdes y luego granos de carmín.
Si por diciembre cubre a llano
el terciopelo soberano
con que a Borinquen da prestigio el ondulante tabacal;
si espigas dan los arrozales,
y dan mazorcas los maizales,
y brinda glóbulos de fuego el rumoroso naranjal.
Si de la caña los flautines
llevan a todos los confines
el nombre augusto de la patria como el de un nuevo Potosí’
esta magnífica riqueza,
esta aureola de grandeza
con que se nimba mi terruño, ¿a quién la debe, sino a mí?
¡Ved la campiña de mi tierra!
¡Cuanto ella vale, cuanto encierra,
es el producto generoso de mi fructífera labor!
Ved la campiña… ¡y ved si miente
el que me tacha de indolente,
En la zafra
Es enero, y en Borinquen
enero es igual que mayo:
ni para su curso el río,
ni viste el monte de blanco,
ni niega el sol sus fulgores,
ni pierde galas el árbol,
ni mudas quedan las aves,
ni faltan flores al prado.
Amanece. Del higüero
se tira al batey el gallo;
sus alas con fuerza agita;
llena el aire con su canto;
le dice sus galanteos
a la hembra que tiene al lado,
y el jíbaro, que lo escucha,
deja la hamaca de un salto;
bebe el café que su esposa
le preparó de antemano;
coge en la diestra el machete
y se lo tercia en el brazo;
mira al cielo, y se dirige
al cañaveral, cantando.
A veces, en el sendero
le sale un amigo al paso.
Se saludan, se aparean,
pide uno al otro tabaco,
hablan de las elecciones,
de los sucesos del barrio,
del pollo que acondicionan,
de la tala que sembraron,
y en este coloquio llegan
de sus labores al campo:
¡a la vega sorprendente
de mi solar borincano,
verde como una esmeralda,
fecunda como el trabajo,
placentera cual la aurora,
y radiante como un astro!
Ya en el terreno los hombres
se forman en grupos varios,
y cada grupo trabaja
de un capataz al cuidado,
que las órdenes recibe
del mayordomo de campo;
y mientras los carreteros
corren en pos del ganado,
y discute y porfían,
y hasta llegan a las manos,
queriendo uncir cada uno
la mejor yunta a su carro,
sobre la pieza de caña,
con el machete en la mano,
la emulación en el pecho
y la destreza en el brazo,
se lanzan los picadores,
como una tropa al asalto.
¡Oh, Rueda! ¡Ven a decirnos
lo pintoresco del cuadro!
¡Oye el rumor de las hojas,
y el crujido de los tallos,
y el zumbar de los machetes,
y el rechinar de los carros!
¡Mira aquella jibarita
que viene, ligero el paso,
con la jícara de leche
y la dita de malangos,
para restaurar con ellos
las fuerzas de su adorado!
Va por allá un mozalbete,
coplas de amor entonando;
sediento aquel, grita al pinche
que le traiga el calabazo,
y aquellos dos se disputan
al que rinda más trabajo.
El sol- que ya es mediodía-
arde como un insensato,
y al influjo de su hoguera,
hierve el líquido en los tallos,
se evapora lentamente,
y se esparce por el campo,
y el aire, que huele a templa,
es arrobo del olfato.
Viene a tierra la gramínea
del picador a los tajos;
éste le toma del suelo;
divídela en trozos varios
que, a su diestra y su siniestra,
en montones va dejando;
detrás llega el carretero;
pone la caña en el carro,
y la conduce a la hacienda,
del buey al seguro paso,
a correr, entre las masas
del trapiche duro y áspero,
igual suerte que el isleño
entre las garras del amo:
¡a brindar todas sus mieles
al que quebranta su tallo,
y lo tortura y lo exprime,
y lo suelta hecho un bagazo!
El buey
El
buey al yugo la cerviz presenta,
y
hala, sumiso, del crujiente carro;
y
si abre surcos en el dócil barro,
ni
una vez sola rebelarse intenta.
Cuando
en sus lomos sin piedad revienta,
no
mira el golpe que le da el guijarro,
ni
maldirá, como maldice el guarro,
cuando
en sus fauces el cuchillo sienta.
Él
es un muerto desde el triste día
que
abandonó la alegre vaquería
para
servir humanas ambiciones.
Alguna
vez da un lúgubre mugido,
porque
el buey tiene un alma que ha sentido
como
un derrumbamiento de ilusiones…
No des tu tierra al extraño
No des
tu tierra al extraño
por
más que te pague bien.
El que
su terruño vende
vende
la patria con él.
Dios,
el mundo concluido,
tírole
un beso al azar;
y
el beso cayó en el mar,
y
es la tierra en que has nacido.
En
ella formas tu nido,
de
amor rendido al amaño;
ella
un año y otro año
te
brinda con su tesoro;
ella
vale más que el oro.
¡No
des tu tierra al extraño!
Mira
sus campos. Arriba
es
ornato de la loma
la
breve y fragante poma
del
café, púrpura viva.
Fruto
que la mente aviva
y
es del criollo sostén
al
par que orgullo. Si hay quien,
extraño,
quiera tu suelo,
que
no se colme su anhelo
por
más que te pague bien.
De
sus llanos la grandeza
admira
la gente extraña.
En
ellos canta la caña
la
canción de la riqueza.
Como
una enorme turquesa
allá
el tabacal se extiende.
¡La
imaginación se enciende
ante
ese cuadro admirable!
¡Qué
bajo y que miserable
el
que su terruño vende!
En
la playa el cocotero,
con
su penacho elegante,
es
asombro al navegante
y
tentación al logrero.
No
des por ningún dinero
tu
pedazo de verjel,
que
eres tú patriota fiel
y
de legítimo cuño,
y
el que vende su terruño
vende
la patria con él.
¡Responde!
Te
lo dijo Matienzo, y no quisiste
oír
del prócer el consejo sano,
y
poco a poco en extranjera mano
cayendo
va la tierra en que naciste.
Si
el alma del criollo no resiste
la
tentación del oro americano,
en
un futuro por de más cercano
llegará
un día doloroso y triste.
Llegará
el día triste y doloroso
en
el que de este suelo primoroso
ni
un solo palmo quedará al isleño.
Y
cuando tal enormidad suceda,
si
nada ya de Borinquén te queda
di:
¿Cuál será tu patria, borinqueño?
Nostalgia
¡Mamá!
¡Borinquen me llama!
¡Este
país no es el mío!
¡Borinquen
es pura flama,
y aquí
me muero de frío!
Tras
un futuro mejor
el
lar nativo dejé,
y
mi tienda levanté
en
medio de Nueva York.
Lo
que miro en derredor
es
un triste panorama,
y
mi espíritu reclama
por
honda nostalgia herido
el
retorno al patrio nido.
¡Mamá!
¡Borinquen me llama!
¿En
dónde aquí encontraré
como
en mi suelo criollo
el
plato de arroz con pollo,
la
taza de buen café?
¿En
dónde, en dónde veré,
radiantes
en su atavío
las
mozas, ricas en brío,
cuyas
miradas deslumbran?
¡Aquí
los ojos no alumbran!
¡Este
país no es el mío!
Si
escucho aquí una canción
de
las que aprendí en mis lares,
o
una danza de Tavárez,
Campos
o Dueño Colón,
mi
sensible corazón
de
amor patrio más se inflama,
y
heraldo que fiel proclama
este
sentimiento santo,
viene
a mis ojos el llanto…
¡Borinquen
es pura flama!
En mi tierra, ¡qué primor!
En
el invierno más crudo
ni
un árbol se ve desnudo,
ni
una vega sin verdor.
Priva
en el jardín la flor,
camina
parlero el frío,
el
ave en el bosque umbrío
canta
su canto arbitrario,
y
aquí… ¡La nieve es sudario!
¡Aquí
me muero de frío!
Flamboyán
Déjame
celebrarte, agradecido
al
dulce encanto que en mi ser derramas
si
el corazón del Iris en tus ramas
impone
su matiz más encendido.
Y
también cuando en mayo te sonrojas
y
esplenden los nativos panoramas
con
ese hermoso surtidor de llamas
que
sobre el campo en que te ves deshojas.
Pues
resolvió la Voluntad Divina
hacer
acopio en ti de gracias tales,
que
luces en tu copa esmeraldina
tan
admirable y singular belleza,
como
cuando en las épocas vernales
se
te sube la sangre a la cabeza.
Coplas
Cuando
más resuelto estoy
a
pedirte que me quieras,
el
habla se me atraganta
¡y
me da una canillera!
***
Por
retratarme en tus ojos
diera
mi vaca soroca,
y
mis dos yuntas de bueyes
por
un beso de tu boca.
***
Son
las niñas de tus ojos
dos
criollas hechiceras
dormidas
en las hamacas
de
tus cárdenas ojeras.
***
Hay
quien diga que tu boca
un
cielo chiquito es.
¡Suba mi boca a ese cielo,
aunque
se caiga después!
***
Si
me dan el café puya,
nadita
que a mí me importa.
¿Para
qué quiero las mieles
que
me has dejado en la boca?
***
La
perrita de tu casa
es
la mar de sinvergüenza:
apenas
ve que me acerco
llama
a gritos a la vieja.
***
Mi
corazón está sucio
con
el polvo del camino.
Pásale
por caridad
la
esponja de tu cariño.
***
No
te quiero por tus ojos,
por
tus labios ni tu tez.
Te
quiero, mujer, te quiero
desde
el pelo hasta los pies.
***
A
ese que me sustituye
ahora
le vas a decir
que
él es tu pasión primera…
¡Lo
mismo que me dijiste a mí!
***
Si
te dije alguna vez
que
eres la gracia en persona,
no
lo tomes por lo serio,
que
cualquiera se equivoca.
***
Antes
de llevar a casa
una
mujer respondona,
del
infierno me traería
la
misma diabla en persona.
***
Al
morirme que me entierren
en
la tierra en que nací,
pues
quiero darle a mi tierra
lo
que ella me ha dado a mí.
***
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